lunes, 16 de febrero de 2009

siglo de las luces

Su trama abunda en peripecias cuyo marco histórico lo proporciona la dramática década final del siglo XVIII. Su hilo conductor: los ecos de la Revolución Francesa en el Caribe. Escenarios principales de la narración son el ámbito caribeño y la Francia revolucionaria; secundariamente, en el brinco temporal que conduce al desenlace, el Madrid que ha presenciado los tumultos de mayo de 1808. Entre sus protagonistas, Víctor Hugues destaca por su historicidad: fue Comisario de la Convención en Guadalupe, en la que hizo un verdadero gobierno de terror, y luego Agente del Directorio en Cayena (Guayana Francesa). Completan el trío protagónico los jóvenes cubanos Sofía y Esteban, quienes no sólo harán a Hugues objeto de afecto y desprecio, a su turno, sino personificación de la grandeza y vileza de la crucial coyuntura finisecular. Hugues los inicia en la ebullición de ideas que promete y, de hecho, ha desencadenado un cataclismo histórico de amplias repercusiones, al tiempo que introduce a Sofía en el mundo del amor.

Por no estropear el suspenso, me limitaré a referir someramente el arranque de la trama. Todo principia en La Habana, en torno de 1790. Un acaudalado comerciante criollo acaba de fallecer, dejando en la orfandad a sus hijos adolescentes, Sofía y Carlos, quienes se recluyen en la casona familiar en señal de duelo. Con ellos vive su primo Esteban, huérfano desde temprana edad, también adolescente y un verdadero hermano para ambos. La reclusión deviene gradualmente fiesta, al hacer de la casa un lugar encantado al margen del mundo; mundo del que, no obstante, se maravillan los chicos a través de los libros. Cierto día irrumpe un francés de nombre Víctor Hugues, marsellés afincado en Saint-Domingue (la futura Haití). Desea hacer tratos con el dueño de casa, de cuya muerte obviamente no está informado. Superada la decepción, el francés se revela un prodigioso compañero de juegos y un gran contador de historias; parece un prestidigitador que no acabara de sacarse cosas de la manga. Para mayor admiración de sus nuevos amigos, proporciona al enfermizo Esteban el auxilio providencial del doctor Ogé, mulato y amigo del marsellés. Pero Víctor y Ogé son francmasones y extranjeros, doble motivo de sospecha para las autoridades locales; deben huir de Cuba. Los vaivenes de su fuga arrastran a Sofía y Esteban, quienes se ven abocados a un Caribe convulsionado por la proliferación de ideas revolucionarias y la revuelta de los negros en Saint-Domingue. Los acontecimientos llevan a Víctor y Esteban al otro lado del océano, a una Francia en plena revolución que ya ha dado al mundo, un tiempo atrás, noticias tan pasmosas como el intento de fuga del rey y su captura en Varennes (junio de 1791). He aquí que Victor Hugues hace su entrada en la Historia, pues volverá al Caribe oficialmente investido de poderes. Esteban será testigo de su encumbramiento y de su degradación, y mucho padecerán sus juveniles entusiasmos. No menos severo será el impacto en Sofía, en quien la espera no ha hecho sino acrecentar el aura romántica –doblemente romántica, en su caso- del marsellés.

Sofía y Esteban aportan, en alternancia, la perspectiva desde la que se presencian y evalúan los actos de Víctor Hugues. Con Hugues hace su entrada la Revolución en el Caribe, representada en el Decreto del 16 Pluvioso del Año II, que “proclamaba la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos otorgados a todos los habitantes” de la Guadalupe; pero también en el símbolo del Terror revolucionario: la guillotina, esa siniestra máquina. Es un Hugues demasiado ensoberbecido de su papel el que retorna al Caribe. “Luciendo todos los distintivos de la Autoridad, inmóvil, pétreo, con la mano derecha apoyada en los montantes de la Máquina, Víctor Hugues se había transformado, repentinamente, en una Alegoría. Con la Libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo Mundo”. Y pronto, demasiado pronto, la realidad se impone a los ideales.

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